lunes, 29 de noviembre de 2010

Cuando el grajo vuela bajo...


Era un día gris y nublado, había estado lloviendo, pero no llevaba paraguas. Le gustaba pasar calor si lo hacía, y mojarse si llovía. Para todos era una mujer extraña, pero ella consideraba que si  el tiempo así lo quería, no había nada que hacer. Así que no hacía nada para luchar contra ello. Esas mañanas siempre se quedaba todo el trayecto de bus observando las gotitas correr por el cristal. No tenía mucho que hacer de normal durante aquellos numerosos viajes. Así que observaba a la gente subir y bajar en las muchas paradas que hacía aquel autobús de la primera a la última, y ella siempre lo cogía en la segunda y bajaba en la penúltima. Todos los días lo mismo. Los mismos conductores que te hablan sobre las inclemencias del tiempo, aunque eso a ella no le importaba, los mismos cuatro o cinco estudiantes que leen y a veces comentan cosas sobre sus estudios siempre quejándose, como no…  las señoras mayores que van al hospital, cada una más enferma que la anterior, o eso suelen decir. Una madre con su hijo en brazos y un carro que no sabe dónde poner. Alguien con un móvil y el volumen lo suficientemente alto como para que todos lo oigan resultando de eso, una queja general del variopinto público de pasajeros. Que no lo dicen abiertamente, sino que refunfuñan, miran mal, y rumian los discursos que cualquiera querría decirle a aquel adolescente descerebrado que cree que el flamenco y la música electrónica son del gusto de todos, si alguien alguna vez se decidiera por hacerlo.
Todo el mundo quejándose. Todo el mundo tenía algo de qué quejarse aquella y todas las mañanas. Entonces el bebé empieza a llorar. Era cuestión de tiempo. La verdad es que no sabía muy bien cada cuánto suele llorar un crío, pero da la casualidad de que siempre que ella tomaba el transporte público y subía un bebé, éste parecía llevar un buen tiempo aguantándose las lágrimas.
Entonces, se levantó y dio un grito tras el que todo el bullicio se silenció. Ella también estaba harta de estar en el bus, tampoco le gustaba su carrera, ni la música que salía con ese tono tan agudo del pequeño altavoz, le dolía la cabeza. Y coño si hacía frío.




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